LA FALSA SINONIMIA: POSITIVISMO Y CIENCIA
- Rodrigo Mutis
- 3 ene 2015
- 3 Min. de lectura
Estudiante de Biología en la Universidad Nacional de Colombia sede Bogotá, coordinador del grupo de divulgación científica Universidad y Ciencia. @UNyCiencia
Las palabras tienen significados, y en ciencia éstos adquieren aun mayor precisión. En el mundo de la ciencia se pretende que las palabras no generen ambigüedad o confusión. En el lenguaje científico se busca exactitud.
En algunos casos, debido al uso y abuso de aparentes sinonimias, se pueden confundir los significados de las palabras hasta llegar a su completa tergiversación. Uno de tales líos se da cuando se piensa que al hablar de positivismo se habla de ciencia; es decir, tratar el positivismo como sinónimo de ciencia. “La ciencia es positivista”, es una de las frases más manidas al explicar un fenómeno con aplicación del método científico. Empero son dos conceptos con significados diferentes. Aclarémoslo.
Auguste Comte es considerado el padre del positivismo y pensaba que el único conocimiento auténtico era el científico. Suponía que existían tres estados teóricos que la sociedad había atravesado: el estado teológico como la creencia en deidades para explicar los fenómenos naturales, el estado metafísico como una forma avanzada del estado teológico donde las deidades se remplazan por conceptos que poco o nada tiene que ver con el mundo material, y el estado científico o positivo, que se refiere a la explicación basada en la observación, la experimentación y la comparación.
En la época de Comte era imposible pensar en que el mundo material se transformaba, por eso su positivismo es estático y no transformacionista. Después de que Charles Darwin formulara la teoría de la evolución de las especies mediante la selección natural, se evidenció que la naturaleza, el universo todo, está en constante movimiento.
Veámoslo: en 1859 se publicó El origen de las especies, de Charles Darwin, un tratado sobre la transformación. Darwin no fue el primero en hablar sobre transformación en la naturaleza pues antes de él, los franceses Georges Leclerc, conde de Buffon y Jean-Baptiste, caballero de Lamarck, habían introducido la noción de que las especies se transforman —o evolucionan— con el paso del tiempo. Lo que sí hizo Darwin fue dar ejemplos claros en que explicaba cómo se podía dar origen a las diferentes especies de palomas, a la observación detallada y minuciosa de los fósiles y su relación con especies actuales, y al uso de la embriología para ver paralelismos entre el desarrollo del embrión y la transformación entre diferentes linajes. Pero sobre todo, Darwin se arriesgó a dar una explicación del porqué de la evolución: la teoría de la selección natural.
Así mismo, Edwin Hubble descubrió gracias a que la luz se corre al rojo de las galaxias distantes, que el universo está en expansión, y sabemos además que ni siquiera los continentes se escapan de este movimiento rector de la realidad, pues la teoría de la deriva continental no se pudo comprobar hasta 1960, con el desarrollo de la tectónica de placas.
La ciencia moderna pues, no el positivismo, asume el movimiento y la transformación como una característica esencial de la materia (la naturaleza, el universo, los objetos inanimados, los organismos vivos, las sociedades). Ahora sabemos que el universo se expande, que los continentes se mueven y que las especies evolucionan. No se puede estudiar la naturaleza como si se tratara de una fotografía. No nos basta, como pensaba Comte, con sólo la observación de un momento dado para explicar el mundo. La única constante es el cambio, entender el cambio es entender la ciencia.
A manera de síntesis, concluyamos con Carlos Marx: “la manera como se presentan las cosas no es la manera como son; y si las cosas fueran como se presentan la ciencia entera sobraría”.
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